El pelotero cubano David Castillo es una de las estrellas del béisbol ruso en la actualidad a pesar de sus casi 36 años. El pinareño ha vivido recientemente una experiencia única en su carrera deportiva: volver a jugar en su tierra natal, pero con el uniforme de otro país.
Castillo forma parte del equipo de béisbol de Rusia, que visitó la isla para disputar varios partidos amistosos con la selección Sub-23 de Cuba.
Castillo nació en Pinar del Río, una de las provincias más beisboleras de Cuba, y se destacó como torpedero y bateador en el equipo Vegueros, con el que ganó dos títulos nacionales y uno internacional: la Serie del Caribe de 2015. Sin embargo, después de ese triunfo, decidió no continuar jugando en Cuba y buscó nuevos horizontes.
Así fue como llegó a Rusia, un país donde el béisbol no es muy popular ni tiene mucha tradición. Castillo confiesa que al principio le sorprendió que le ofrecieran jugar allí, pero aceptó el reto y se integró al club Rustard y luego al equipo nacional ruso.
David Castillo en el béisbol ruso
El infielder aseguró a DeporCuba que se adaptó bien a la cultura y al idioma de Rusia, y que ha encontrado buenas condiciones para practicar su deporte favorito. Además, señaló que se siente orgulloso de representar a ese país en eventos internacionales, aunque no olvida sus raíces cubanas.
Por eso, cuando se enteró de que el equipo ruso iba a viajar a Cuba para jugar unos partidos preparatorios para los Juegos del Alba, sintió una gran emoción. Castillo nunca pensó que volvería a pisar un terreno de pelota de Cuba, y menos con otra camiseta.
Castillo cuenta que su regreso a la isla ha sido muy emotivo, y que ha podido reencontrarse con viejos amigos y compañeros de equipo. También dice que ha disfrutado mucho de jugar frente al público cubano, que lo ha recibido con respeto y cariño.
Este reconoció que siente nostalgia por su país y por su familia, pero también se siente feliz por la oportunidad que le ha dado la vida, de seguir jugando béisbol y de conocer otras culturas. Castillo es un ejemplo de que el amor por el béisbol no tiene fronteras.